miércoles, 27 de marzo de 2013

Filmando entre adoquines y miradas.

El bullicio propone la tentativa del viaje al interior. Al monólogo intrincado, interno que prevalece sobre el exterior, al que recibimos vacío de fuerza e interés. Sería bonito, romántico, hablar de lo único, reposado, que te vuelve la reflexión; aunque esto es divagación, la que acecha disfrazada de razón. La que oculta los problemas, las cuentas pendientes, las promesas olvidadas o la ruptura de los propios principios.
La masa se mueve, vive, respira. Cada miembro con una vida, intereses, sonrisas. Sin embargo, me veo obligado a deslizarme entre ellos, expectante y distraído  esquivando y caminando en silencio, casi participando en una danza urbana.

A modo de película todo se convierte en un decorado donde cada vez soy menos consciente la humanidad que habita en cada persona, cosificando el gentío en el espacio obtuso y fugaz que capta una mirada. A modo de película  una melodía me atrae, cada día se reinventa en forma de un sensual saxofón, en melancólica trompeta o en una ágil guitarra vagabunda que conforma la banda sonora de un film con guión y guionista fracasados.

La trama ha perdido encanto e interés, al igual que su escritor. Quien casi reza para que el amor a lo desconocido, a la belleza, le hagan encontrar nuevas formas a la vida pintada con despasionamiento. Para encontrar el prisma del artista que halla los colores apropiados para su lienzo, embelleciendo y dando forma a lo que ve. Aprender la formula alquímica vital, que permita vivir, no sobrevivir. La que ensalza la vida en el autodescubrimiento planteando la existencia como aventura; que como en todo lo impulsado por la pasión componga una historia, la historia de una vida. La del guión aditivo, la que se podria resumir en una sonrisa y explicar en una mirada.

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