Se sentía la ausencia. La inquina de la nada que rodea la cabeza. Sentía la respiración. Frente al espejo, casi como un medium consciente de una realidad paralela, lo era yo de la mía A mi alrededor crecía una profunda angustia, deformando la realidad, los hechos e ideas hasta el horror más potente, condicionante y coactivo que pueda atenazar una cabeza y un estómago.
Sobre el lavabo se apoyaban mis brazos; me incliné hacia delante, preparado para la lucha. ¿Como luchar contra lo que no se puede tocar? ¿Cómo hacer frente sin esperanza a lo mismo que te la arrebata? ¿De dónde las fuerzas si no te permite, ese monstruo, alcanzarlas? ¿Cómo hacer frente?

Los hechos que fugazmente me mostraba eran convertidos en sentimientos, sin por qué, ni como, ni cuando. ¿Cómo combatirlo? La celeridad con lo que ocurría todo me impedía reaccionar, ahora estaba polarizado por ellos, esos sentimientos. El ataque maestro, la táctica perfecta. No podía remediar lo que no se podía contemplar con claridad. Estaba polarizado y no se me permitía a nivel inconsciente salir, ni buscar remedio. No podía vencer.
Como si el reflejo hubiese trascendido su dimensión en el espejo, sacando un brazo que me es tan familiar y en ese instante repulsivo; atravesó mi torso, constriñendo mi estómago y mi corazón con su mano que no entendía de razones o compasión. No dolía, pero un gesto que creaba mas arrugas en el rosto del reflejo de las que nadie puede imaginar en su homónimo tangible, compuso un gesto compungido, cansado, dolorido y triste.
-"Me voy de aquí"- Es todo lo que pensé. Huir, no había más salida. Parecía haber pasado todo. -"¿Habré ganado?"-

En una realidad deformada con el ácido del terror y la apatía, y en la común e individual para los demás, eran ya las 8 de la mañana. Había amanecido, sin duda.